LA DANZA DE LOS TULIPANES
El albornoz cae en las escaleras talladas en la roca. El aire frío de la
noche otoñal envuelve a Julia en el acto, acariciándole cada centímetro de su
piel desnuda. Desciende un peldaño y después otro, y otro más, hasta que el mar
se abraza a sus tobillos. Está helado, más que la víspera. Y todavía quedan por
delante varios meses de descenso térmico, hasta alcanzar los ocho o nueve
grados a primeros de marzo.
No importa. Es precisamente lo que busca. Necesita sentirse parte de la
naturaleza, reconciliarse con el mundo, olvidar los horrores a los que su
trabajo la enfrenta cada día. Continúa descendiendo escalones hasta que el agua
le alcanza la cintura. Entonces respira con fuerza y se lanza al Cantábrico.
Unas ágiles brazadas la alejan de la cala rocosa. El vaivén del mar es
mayor allá fuera, sin la protección que brindan las rocas. Sigue nadando,
dejando atrás la costa y adentrándose en la oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario